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Imagen de Evolución y Neurociencias |
Cuando están a la espera de su
segundo hijo, muchos papas y mamás se preguntan "¿podré quererlo igual que
al primero?", "¿podré sentir lo mismo que siento por el otro?",
"es imposible sentir algo igual".
Al nacer nuestro primer hijo nos
sentimos totalmente enamoradas de él, todo
nos sorprende, nos parecen fantásticos sus logros, su personalidad, su picardía;
tanto que nos resulta inimaginable poder sentir algo igual por alguien más.
Las personas, algunas veces
tendemos a pensar que las cosas tienen que ser iguales. Es como si nos costara imaginar que cada
experiencia es distinta, que nos llega en momentos diferentes de la vida y que
una vivencia nunca es igual a la anterior. En algunos casos nuestra mente hace
una extraña ecuación que dice así: “Si no es igual es peor”. Sin embargo, lo
cierto es que diferente no es mejor ni peor es ¡únicamente diferente! Las
personas somos todas distintas, llegamos al mundo con una carga genética y un
carácter predeterminado desde la concepción, nos relacionamos y sentimos la
vida de manera distinta. De la misma manera, lo que nos genere cada hijo será
distinto y nuestra manera de relacionarnos con ellos también lo será, nunca
será igual.
Con nuestro primer hijo descubrimos
una forma de amar que era desconocida hasta ese momento. Lo mismo sucede con el
segundo y con el tercero.... Quizá una de las cosas más maravillosas que este
camino de la maternidad / paternidad nos enseña es cuán inimaginablemente grande
puede ser el corazón y cuántos colores puede tener el amor.
Minosha
Casabonne
Psicóloga
- Psicoterapeuta
Miembro
fundador de Acunnare Espacio para Padres
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