Criar hijos es una labor maravillosa, enriquecedora,
sorprendente pero, por momentos, también es muy difícil, frustrante y agotadora.
Si bien se suele decir que los hijos deberían venir con un manual de
instrucciones, la realidad es que felizmente no lo hacen porque no hay una
única receta que sirva para todos. Cada niño es único así como cada padre y
madre son únicos y diferentes. Información sobre cómo educar a los hijos hay
mucha y diversa. De hecho, hay para todos los gustos pero a veces puede llegar
a ser confuso saber qué hacer ante una
situación determinada, y qué elegir de toda la variedad de libros, webs que
existen o consejos y recomendaciones que se reciben. Lo que sí es claro es que
las experiencias que vivan los hijos con sus padres influirán en la forma en
que se relacionen con ellos mismos, con las personas y con la vida. Por ello es
muy importante pensar bien en lo que hacemos y por qué lo hacemos. No se trata
de ser los padres perfectos. Se trata de ser humanos que hacen lo mejor
posible, que dudan y se pueden equivocar, pero que también aciertan y se
felicitan por ello. Lo más importante es involucrarse, estar con los hijos.
Estar supone vincularse con ellos, jugar con ellos un rato y dejarse llevar por
lo que ellos proponen; respetarlos como seres diferentes de nosotros, con
ritmos y procesos particulares.
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Imagen de Revista Carrusel |
Un tema del que se habla mucho y que puede preocupar
a los padres es el autoestima. Se suele decir que se espera que los hijos
crezcan con una “buena” autoestima para que puedan ser felices, exitosos. Pero ¿qué es el autoestima? Es la percepción evaluativa de uno mismo. Incluye
sentimientos, pensamientos y evaluaciones respecto de nuestra manera de ser y
de comportarnos. Si bien todos nacemos con un temperamento predeterminado, a lo
largo de nuestro desarrollo las experiencias y percepciones que tenemos pueden
influir en nuestra autoestima, para bien o para mal, haciendo que cambie o se
reajuste.
En términos generales, un niño con un autoestima sana
tendrá mayor capacidad para manejar los conflictos y dificultades que se le
presenten, será más realista y optimista respecto a lo que puede o no hacer, y
podrá disfrutar más de lo que hace. Por otra parte, un niño con un autoestima
baja puede mostrarse más pasivo, sentir ansiedad y frustración ante los retos
pensando que no va a poder o que no es suficientemente bueno. Ello lo llevaría
a depender más del resto.
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Imagen de Revista Carrusel |
Se puede pensar que el autoestima tiene que ver con
decirle al hijo lo bien que hace las cosas o lo atractivo que es. La seguridad
y la confianza en uno mismo se van desarrollando no solo por los comentarios
positivos sino por la vivencia de ser querido, cuidado, acompañado y acogido.
Un niño que puede expresar lo que siente y que es atendido y escuchado
probablemente será más asertivo a medida que crezca. Un niño que puede explorar
dentro de un entorno seguro podrá ser curioso y aprender acerca de sus
habilidades y capacidades si sabe que hay alguien que lo cuida pero que no
estará todo el tiempo diciéndole “te vas a caer” o “te vas a golpear”. Un niño
que juega solo en algunos momentos podrá desarrollar su creatividad y usar su
imaginación.
Los padres y cuidadores debemos saber que la forma en
que nos vinculamos con nuestros niños, cómo les hablamos, cómo acogemos sus
protestas o cómo les ponemos los límites sientan las bases de cómo lo harán
ellos luego. Hay cosas que no se pueden enseñar, hay cosas que se aprenden a
través de la experiencia. La forma en que los niños se lanzan al mundo tiene
que ver con cómo sus padres se lo mostraron y lo vivieron con ellos. Recordemos
algo, “la niñez no es el momento en que nos preparamos para vivir, la niñez es
parte de la vida” (Professor T. Ripaldi).
Marian Alvarez-Calderón
Psicóloga Clínica – Máster en Trabajo Clínico y Salud
Mental
Miembro fundador de Acunnare Espacio para Padres
Artículo publicado en la Revista Dientes de Leche
Edición 2 (2013) pp.29
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