La aventura de
la paternidad nos enfrenta con diferentes momentos a lo largo del desarrollo de
los hijos en los cuales nos quedamos sorprendidos con sus frases “de grandes”,
con sus preguntas curiosas, con sus travesuras, experimentos y logros; o bien,
desconcertados con sus protestas y las diferentes formas que tienen de mostrar
su desacuerdo o que algo les pasa; y más. Y en todo este camino, puede pasar
que haya momentos en los que no sepamos bien si lo que hacen o comunican, o lo
que dejan de hacer o comunicar, son aspectos propios de su desarrollo, o si es
algo que requiere de una mirada profesional.
Actualmente
vivimos en un mundo en donde, si bien se habla mucho de la importancia de la
individualidad y la diferencia, en el fondo pareciera que el mensaje es que uno
se debe adecuar a los estándares establecidos. Cualquier cosa que se salga de
la norma requeriría de una intervención casi inmediata. Y quienes tienden a ser
señalados dentro de todo esto suelen ser los niños por ser más vulnerables y
¿libres? de mostrarse como son. Por ello encontramos que hay colegios, o
incluso nidos, que recomiendan evaluaciones, terapias y clases de diferentes
tipos. Pero por ejemplo ¿que un niño sea “movido” a los 3 años quiere decir que
es hiperactivo?
Quizás, cabría detenernos
un momento para mirar a nuestro hijo y pensar qué le puede estar pasando. Abrir
espacios de comunicación con él para saber cómo se siente. Y luego, preguntarnos
si aquello que pasa con nuestro niño puede tener que ver con algo que está
pasando en casa, con nosotros como padres, con la familia, con el nido o
colegio. Puede haber muchas razones. Quizás esperamos mucho de ellos para la
edad que tienen, pensamos que tenemos que ser tan firmes al poner límites que
acabamos por ser autoritarios, o nos preocupa tanto que nos dejen de querer que
no somos suficientemente firmes y consistentes en las cosas que hacemos y les
decimos, o puede pasar que nuestras expectativas e ilusiones no nos permiten
ver al niño como es en realidad.
Pensemos,
también, cómo éramos nosotros de niños, cómo eran nuestros padres y profesores
con nosotros. Recordamos ¿cómo nos sentíamos? ¿qué decían acerca de nosotros
(ej. “yo era terrible!!”, “yo era buenísimo”, etc.)? Puede ser que a lo largo
del tiempo, las exigencias y responsabilidades de la vida, hayamos olvidado
cómo éramos nosotros mismos de chicos…con nuestras características, ritmos e
intensidades…si nos sentíamos incomprendidos a veces, solos, sintiendo muchas
cosas diferentes, si buscábamos que nos miren, si nos sentíamos valorados, escuchados,
acogidos, etc. Recordar esto puede ayudarnos, quizás, a ponernos en los zapatos
de nuestros hijos y entender un poco más lo que sienten y hacen.
A veces, pasa
que en esta duda acerca de si lo que observamos en los niños es “normal” o no,
nos angustiamos o dejamos de prestar atención a lo que está pasando realmente.
Por ello es necesario voltear hacia nosotros mismos y preguntarnos si estamos
pudiendo mirar a nuestro hijo desde su propia individualidad y necesidades, o bien,
si nuestras expectativas, ilusiones y deseos están influyendo más de lo que
hubiéramos esperado.
“El sufrimiento infantil suele ser desestimado
por los adultos y muchas veces se ubica la patología allí donde hay
funcionamientos que molestan dejando a un lado lo que el niño siente. Es
frecuente así que se ubiquen como patológicas conductas que corresponden a
momentos en el desarrollo infantil, mientras se resta trascendencia a otras que
implican un fuerte malestar para el niño mismo.” Beatriz Janin, psicoanalista
argentina (2012)
Mg. Marian
Alvarez-Calderón
Psicóloga Clínica – Máster
en Trabajo Clínico y Salud Mental
Miembro fundador de
Acunnare Espacio para Padres