Imagen de |
Una escena en un
restaurante: Una familia está comiendo y conversando animadamente. A un
costado, varios niños pequeños de entre 3 y 6 años están sentados uno al
costado del otro, silenciosos, tranquilos…cada uno con su respectivo teléfono,
probablemente con algún juego o video. ¿Les resulta familiar?
Esta es una
escena cada vez más común. Pensando en cómo puede haber sido en el caso de la
mayoría de nosotros cuando éramos niños lo más probable es que muchos hubiéramos
estado con algún juguete, dibujando o bien haciendo “alboroto” en el
restaurante. Incluso, quién sabe, podríamos haber estado participando (¡¡o
intentando!!), de alguna manera, en la conversación de los adultos.
El contraste
entre los adultos conversando y los niños hipnotizados por una pantalla es
bastante impactante. Pero, por otro lado, es cierto que cada vez vemos más y
más personas que están hipnotizadas también mientras están en un momento que
debería ser de intercambio real con otras personas. Se ven parejas que no
conversan sino que pueden estar en un restaurante mirando cada uno su teléfono,
o abrazados mirando el teléfono de uno de ellos. Padres en el cine o teatro con
sus hijos…y con el teléfono también.
Esto puede ser
una llamada de atención para todos nosotros (y el que esté libre de culpa que
tire la primera piedra), pero también es una preocupación. Hablamos mucho sobre
nuestra preocupación acerca de poner límites a los hijos pero los adultos somos
los primeros que debemos ponernos un límite en aspectos como el uso de las
pantallas, cuándo usarlas y cuánto usarlas. Si bien éste es un tema que se está
hablando con frecuencia quizás es momento de darle la importancia que merece. Pensemos que lo que sembramos en la infancia, el tipo de vínculo que
establecemos con nuestros hijos de pequeños es lo replicarán ellos más
adelante, con nosotros y con el resto de personas. Si nosotros no podemos
“conectarnos” con ellos porque hay un mensaje, mail, like o llamada que parecen
más importantes no nos sorprendamos si luego ellos no se pueden “conectar” con
nosotros (ni con ellos mismos o los demás) de manera real y significativa. Si
luego esos futuros adolescentes no vivirán más pegados a sus pantallas que al
contacto real, si las conversaciones acerca de lo que sienten profundamente
serán a través de un whatsapp pero con una gran incapacidad para el contacto
cara a cara.
Pensemos
nuevamente en esos niños tranquilos, obedientes que no fastidian en el
restaurante. Que nos sirvan de ejemplo. De repente es una rara ocasión en que
usan el teléfono para que sus padres puedan tener un momento de descanso. Pero
no deja de impactar que estos niños no estén jugando juntos sino separados…y no
porque están en momentos diferentes de desarrollo sino porque cada uno está
aislado en una pantalla.
Reflexionemos un
poco…No se trata de ser fatalista ni satanizar las pantallas. Se trata de ser
conscientes de su uso y abuso.
Marian Alvarez-Calderón
Psicóloga Clínica
Miembro fundador de
Acunnare Espacio para Padres
No hay comentarios:
Publicar un comentario